LA CULPA, ESE SENTIMIENTO QUE NOS
PUEDE CONDUCIR A CUALQUIER PARTE…
COMER CON CULPA, NO GOZAR POR CULPA,
SENTIRNOS CULPABLES HASTA DE ESTAR SANO FRENTE A UNA PERSONA ENFERMA ¿POR QUÉ
ES TAN FUERTE? ¿CÓMO PUEDO CAPITALIZAR LA CULPA?, UNA NOTA PARA LEER
LIBREMENTE… “SIN CULPA”
En
nuestra vida experimentamos multitud de situaciones que nos despiertan
sentimientos y emociones. Unos son de alegría y regocijo, y estimulan la risa e
incluso el llanto de emoción. Otros son de tristeza y dolor, y nos llevan al
silencio y al desconsuelo. Esto último sucede con el sentimiento de culpa.
Cuando aparece, si no se sabe manejar correctamente, puede conducirnos al
bloqueo y al encierro en nosotros mismos. Ser consciente de ello nos ayudará a
superarlo y a encauzar el juicio sobre nuestra persona sin convertir la culpa
en castigo.
¿Por qué la culpa es tan fuerte?
La
culpa está conectada con el instinto de muerte y con la autodestrucción. Mal
asumida, arrastra a la persona a la pasividad, dejándola en una situación de
indefensión y a merced de que alguien o algo externo le libere de ella. Esa
persona, ideología o creencia alcanza tal poder que impedirá ejercer la propia
responsabilidad.
El
sentimiento de culpa nos influye tanto porque tenemos miedo a ser abandonados y
nos dificulta el responsabilizarnos de nuestra propia vida. Se teme al abandono
pues la necesidad de ser amados y aceptados es una aspiración innata en todos
nosotros, y cuando la culpa se interioriza contra nosotros mismos, dejamos de
creer en nuestra valía personal y nos juzgamos no merecedores del amor. Como
consecuencia, intentamos ser como creemos que las otras personas quieren que
seamos, y así evitar que nos abandonen. Pero sucede que nuestra verdadera forma
de ser termina manifestándose, y el miedo al abandono se incrementa.
Surge
entonces la agresividad hacia uno mismo a través del autorreproche y la crítica
constante, con el propósito de redimirse y ser capaz de ser dueño de la propia
vida. Pero sólo se consigue interiorizar cada vez más la des valoración
personal, y la redención nunca llega, pues buscamos que alguien nos libere. Y
no es posible, ya que es la culpa la que nos impide ser libres, no los otros.
¿Cómo sabemos que la culpa nos
amenaza?
Señales
físicas (presión en el pecho, dolor de estómago, de cabeza, de espalda),
señales emocionales (nerviosismo, desasosiego, agresividad, irascibilidad) y
señales mentales (pensamientos de autoacusaciones y auto reproches) nos alertan
de que la culpa está siendo mal administrada. Es más probable que sea así
cuando mantenemos un sistema de pensamiento polarizado (pensamos que las cosas
son blancas o negras, buenas o malas, y no admitimos el término medio);
negativo (tan sólo tenemos en cuenta los detalles negativos y además los
magnificamos, sin atender a los aspectos positivos); rígido (nos basamos en un
sistema de normas estricto donde el deber prevalece en todas nuestras acciones),
sobredimensionado (abandonamos la responsabilidad de nuestra vida y pasamos a
responsabilizarnos de las vidas de los demás y de cuanto ocurre a nuestro
alrededor) o perfeccionista (el nivel de exigencia lo colocamos en la
perfección y ésta en todos los actos que llevemos a cabo).
Como
todo sentimiento, la culpa está precedida y es consecuencia de la escala de
valores con que nos regimos en la vida. Si se produce un desencuentro entre
nuestro ideal de cómo ha de ser nuestro comportamiento y la realidad vivida,
causará dolorosos conflictos personales que desembocarán en la generación de
alguna de las tres maneras de reaccionar ante los acontecimientos:
•
Reacciones intrapunitivas: nos sentimos culpables exclusivos de todo lo
ocurrido.
•
Reacciones extrapunitivas: culpabilizamos de todo, inclusive de nuestros males,
a los demás, como forma de des responsabilizarnos ante lo sucedido.
•
Reacciones impunitivas: pensamos que nadie tiene la culpa de nada, que son las
circunstancias sin más. Esta forma de razonar puede tener de bueno el conseguir
descargar el agobio y no hacer más penosa la situación, pero como
contrapartida, y habrá que estar alerta, se puede caer en la simplificación y
la irresponsabilidad.
Culpa sí, pero no castigo
Cuanta
mayor concordancia exista entre nuestro pensar y actuar, y cuanto más lejos se
mantenga nuestro razonamiento de absolutos, rigideces y perfeccionismos, menos
veces se nos generará el sentimiento de culpa. Pero sin duda, cuando somos
incoherentes, el sentimiento de culpa aparece. En ese momento, en la medida en
que aparquemos la descalificación y el castigo, nos liberaremos de la
paralización y mantendremos la suficiente fluidez interna que nos llevará a
abordar nuestras faltas de coherencia como problemas a resolver y no como losas
autodestructivas.
Ahora
bien, incluso practicando lo anterior no estamos exentos de que se nos encienda
esa señal de la culpa con capacidad de ser dolosa. El problema no radica en
sentirla, sino en cómo afrontamos su presencia.
Cuando se presenta la culpa, el reto
es convertir ese sentimiento en:
•
Una señal, que sirve para cuestionarnos cómo hacemos lo que estamos haciendo. A
veces es bueno que nos encontremos en entredicho: las revisiones personales
posibilitan nuestro enriquecimiento.
•
Un momento de reflexión y análisis de por qué nos surge, sin entrar a
desvalorizarnos ni a hundirnos en el desasosiego y el sufrimiento.
•
Un diálogo interior que nos lleve a designar y concretar cuál es la conducta
por la que sentimos la culpa.
•
La búsqueda de soluciones, o en su defecto alternativas a cómo reparar el daño
causado.
•
La petición de perdón a las personas afectadas por nuestra conducta.
Si
el sentimiento de culpa nos afecta de tal forma que nos conduce a una situación
emocional que nos impide un análisis claro, conviene acudir a un profesional
para que pueda ayudarnos a encontrar las soluciones adecuadas.
Sacar lo positivo de la culpa
Si
ante la culpa no ejercemos nuestra responsabilidad y nos sumimos en la
paralización del miedo, caeremos en la descalificación personal (somos malos,
egoístas....) y en el autocastigo (agresividad que provoca sufrimiento). Pero
también podemos ver en su manifestación una función saludable, pues nos hace
conscientes del conflicto y, a partir de ahí, seremos capaces de analizar las
soluciones y dar los pasos oportunos que restablezcan nuestro vivir coherente.
Podremos descubrir que la trasgresión
de la norma que provoca la culpa se produce porque:
•
Nos guiamos por un sistema de pensamiento polarizado, rígido, negativo,
sobredimensionado o perfeccionista.
•
Existen unas circunstancias especiales, en la que hay que tener en cuenta
nuestras necesidades del momento,
•
Pretendiéndolo o no, nuestra actuación no se adecua a nuestros valores.
Si
se trata de los dos primeros casos, comprobamos que el código no es inamovible
y por tanto podemos flexibilizar, contextualizar y dar más precisión y
puntualización a la norma transgredida. No se trata de destruir la norma, sino
de enriquecerla despojándola de su rigidez. Si la culpa se presenta por haber
sido incoherentes con nuestro sistema de valores, habremos de
responsabilizarnos de las consecuencias, hacernos cargo de lo que éstas
supongan y pedir perdón a quien haya resultado dañado por nuestro
comportamiento.
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