Fíjate
bien, ¡y verás cómo las plantas se parecen a las almas! Hay arbustos fuertes,
erguidos, desafiantes… pero ante los
días de lluvia, de fuertes ciclones, de tormenta, caen despedazados, inertes,
incapaces de retoñar jamás.
Los
hay menos corpulentos, menos ostentosos, menos llamativos, pero que parecen hechos de una sola pieza… raíz
desde lo profundo hasta la copa. Afrontan
la tormenta, se tambalean, se desgajan y pierden hojas, pero permanecen en pie,
esperando mejor tiempo para reconstruirse.
¡Y si se parten, por esa misma herida empiezan a florecer cuando llega
la primavera!
Los
hay siempre enredados en otros, acaparando, ahogando, absorbiendo la savia que
circula y los jugos que los nutren. Y
suben, cada vez más alto, pero siempre trepados, enredados. Y los hay libres,
escogidos, que necesitan estar solos con su tierra, su humedad, los rayos
dorados del sol. ¡Eso les basta!
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